Poesía 16
Tal vez la poesía pueda tener un aspecto consolador,
un bálsamo reconstituyente en los burdos trazos que van conformando su
caligrafía, un botiquín de emergencia para los espíritus asolados por los
rigores del mal tiempo, por los corazones abrumados salpicados de agua de
lluvia opor los caminos tan estrechos
que no dejan pasar libremente el agua.
Tal vez pueda consolar una herida, abierta por el
rugido y la ferocidad de las fauces hirientes de la vida, o quizás se pueda
encontrar en su vocabulario mágico, señales y símbolos que definen al ser
humano y su mundo, alguna esperanza dulce, como cuando soñamos con yermos
alumbrados por la luna, territorios que descansan placidos sin temer la
hostilidad del sol cuando quema.
Alguna apariencia de luna, alguna verdad que ponga
fin a las dudas, salidas en voz de un poeta, algún sudario de vida
confeccionado con los rayos de ese astro ambiguo que cada noche se proclama
dueña de la noche allá en las alturas mientras elevamos la mirada para
contemplar su aspecto femenino y suave.
Luna que es auxilio de los desesperados poetas que
se mantienen en vigilia en busca de una inspiración nocturna, o de los que
forzosamente se pasan la noche despiertos, por ese ataque común de las ciudades
que es el insomnio, trasnochados e iluminados por la luz de una vela, que
presta una honorable y agradable compañía, a pesar de su insignificante velita,
mientras la luna va recogiendo sus lamentos para convertirlos en aprovisionamiento
de agua dulce de silencio otoñal y recogimiento.
¿Pero cuánto dura el efecto consolador de una
poesía? Quizás un momento muy breve, apenas unos minutos, lo suficientes para
saber que a la salida del auditorio nos espera la cruda realidad con sus
espectros y sus tormentas, los mismos espectros y tormentas con dolores de
cabeza y sacudidas al corazón que tiempo antes ya nos acosaban, desmembrando
margaritas oscuras, quemadas por un violento fuego. Y aceptamos esa realidad,
no porque no haya alternativas, sino porque nos hemos acostumbrado a ellas y no
queremos encararnos en batallas por si en el enfrentamiento resultan
vencedoras.
Pero quizás la brevedad de la poesía sea
inconmensurable. Quizás dura lo que dura un beso, o un abrazo o un “te quiero”
o quizás el tiempo breve que dura pasar un cometa dejando una estela tras de
si.
Quizás dura lo que tarda una ola en caer al agua, o
dura lo que dura un suspiro, quizás lo que menos dura tenga más relevancia, mas
imagen de sinceridad y verdad. ¿Cuánto dura la palabra “verdad” y cuánto dura
entenderla? Muy poco tiempo, quizás solo segundos, pero ahí está, sin revestimientos,
sin decoración, ella misma, directa, proclamando su doctrina, enviando su mensaje transparente y
certero para que todos puedan entenderlo.
Por eso un beso, un abrazo y un “te quiero” duran
tanto, porque aparte de ser verdades irrevocables, llena de los mejores
sentimientos del ser humano, duran tan solo el recuerdo nítido de un verso.
Esta es la prosa poetica nº 16 de una coleccion que estoy escribiendo. Si os interesa cuelgo mas.
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