Diario de una adolescente,parte 3.
Descubrí que el autor de esos maravillosos
mundos se llamaba Glenn Graham. Que era norteamericano, estaba casado y vivía
con su esposa y sus dos hijas en Nueva York. Había una tenido una carrera
literaria continua y constante que solo estaba conformada de numerosas novelas
de fantasía. Supongo que el éxito que disfrutaba escribiendo este tipo de cosas
le habían convencido de que aquella era la mejor manera de ganarse la vida con
la literatura, y yo no podía estar más de acuerdo pues mientras más temáticas
inventaba del género fantástico mayor seria mi disfrute.
Se convirtió en mi amigo favorito durante
estos últimos días de mi infancia. Ya no me interesaba salir a jugar a la calle
con las demás niñas. Solo quería devorar esos libros a docenas en la biblioteca
y llenarme del encanto y la magia que caracterizaban aquellas historias. A
veces incluso llegaba tarde a casa para el cabreo de mis padres pues esperaba
hasta la última hora del cierre y una niña andando por calles solitarias y
nocturnas podía resultar un poco arriesgado.
Después descubrí que te podías llevar los
libros a casa. Hacer un préstamo. Llevártelos a casa libremente y devolverlos
en la fecha que señalaba la ficha, donde se entendía que había habido el
suficiente tiempo como para leer la obra entera por muy extensa que fuera.
Me hice socia. Tuve que entregar el carnet
de identidad de mi padre pues como era menos de edad no me permitían hacerlo
sola. Mi padre se alegró mucho cuando le transmití la idea con la intención de
que me ayudara. Dijo que era un opción muy inteligente y una de las mejores que
había tomado en mi vida, aunque a mí realmente no me parecía para tanto. Me
entrego el carnet rebosante de felicidad y satisfacción. Por fin una de sus
hijos, leía.
Todos pensamos que las bibliotecarias son
mujeres serias con gafas de montura negra y el pelo recogido en un moño y
generalmente feas pero la mujer que me atendió para hacerme socia no era solo
amable y simpática, dos cualidades que valoro mucho, sino una mujer de gran
hermosura. Tenía el pelo rubio como las
princesas de mis historias, tanto que parecían hechos de oro y sus ojos eran
claros y azules como el día mas soleado de un verano. Me enamore literalmente
de esa mujer y sus buenas cualidades (en el buen sentido que os imagináis, por
supuesto).
Cada vez estaba más entusiasmada y imbuida
por esas historias. Ya que me gustaba dibujar, en el parque, cogía el bloc y me
ponía a dibujar a todo tipo de seres milenarios como unicornios, elfos o
trasgos. A cada uno de ellos lo dibujaba teniendo en cuenta todos los detalles
que mi imaginación le otorgaba a los personajes y también le daba mucha
importancia al lugar que se encontraban, ya fuera un bosque, maleza o un
desierto. Así me salían bastante realistas y daban la impresión de que eran de
verdad.
El profesor de dibujo reviso una de las páginas
del blog y me felicito por mi trabajo. Me aseguro que pocas niñas de mi edad tenían esa cualidad tan excepcional
de dibujar tan bien y con tanto realismo. Me auguro un futuro prometedor en el mundo del
dibujo, si quería dedicarme a ello, claro. De todos es sabido que las
vocaciones no tienen porque necesariamente definir tu futuro. Puedes sentir
inclinación por estudiar algo completamente distinto a esa primera devoción
natural.
Un día llego el esperado día de salida del
colegio. Ibamos a primero de E.S.O en otro colegio. Por fin salía de aquel recinto con un patio tan espacioso donde había
jugado multitud de veces a lo largo del tiempo en que me iba haciendo mayor. Allí
se quedaban muchos recuerdos como las amigas que me habían acompañado en cada
recreo. Jugábamos a la comba, al escondite, nos sentábamos en el suelo y
charlábamos, íbamos sin rumbo fijo hablando por el patio, subíamos los peldaños
de la escalera que conducía a los pisos de arriba y saltábamos desde el escalón
donde nos hubiéramos colocado. Era un día lleno de ilusión por el futuro que
nos aguardaba, totalmente nuevo pero también lleno de tristezas por las
separaciones obligadas. Muchas sabían que quizás aquel era el último momento en
que nos íbamos a ver las caras y después quizás más adelante…pero reconocíamos
que en realidad eso no era muy probable.
Los profesores fueron despidiéndose gradualmente,
cambiándose los turnos. Algun
os parecían sentir una verdadera lástima al
separase de nosotros. Nos decían que habíamos sido unos alumnos ejemplares a
pesar a veces de no haber traído todos los deberes de casa terminados y que
había aprendido muchas cosas de nosotros, aunque eso ultimo me parecía extraño.
¿De unos niños?. Nos deseaban un futuro fructífero y que a la hora de tomar
decisiones importantes lo hiciéramos con sabiduría pues aquellas decisiones
iban a resultar vitales para el rumbo que tomaran nuestras vidas.
Creía con convicción en la sinceridad de
cada uno de los tutores pero tenía mis dudas respeto a la señorita Adelaida.
Por mucho que intentara destacar la importancia y la suerte de haber estado
enseñando a niños como nosotros, después de todas sus crueldades y exigencias
me parecía que nos estábamos tomando el pelo del todo. Nada podía ya remediar
aquel trato tan desagradable que le caracterizo, convertida más en una general
que no cedía a nada y daba órdenes que había que obedecer de inmediato sino
querías recibir una de sus rotundas y zarandeantes riñas.
Nos habían dicho que para celebrar con más
emotividad aquella multitudinaria despedida lleváramos hecho de casa algo hecho
por nosotros para entregárselos de recuerdo a nuestros amigos más próximos.
Podían ser cuentos, poesías o dibujos. Yo decidí realizar algo en la vertiente
artística que mejor se me daba. Y dibuje un sol tremendo, lleno de luz que
ocupaba una gran parte del papel. Debajo había dibujado unos animalitos cerca
de árboles como jirafas y elefantes. Y con varios charcos para que pudieran
beber.
Para ser la experta que
creía que era en el dibujo, el trazo me parecía malísimo y careciente de
expresión, pero sobre todo de cualquier tipo de calidad. Temia que los demás
compañeros empezaran a considerarlo como algo tonto y se burlaran de mi pero
para mi sorpresa cuando se lo mostré a las demás niñas que estaban deseosas de verla,
les pareció una maravilla y pusieron unas expresiones llenas de admiración y
perplejidad como si estuvieran encantadas con el dibujo que yo “encima” había
tardado poco en realizar. (continuara)
Ignacio Perez Jimenez
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