Veinte años despues
Ignacio Perez Jimenez
Veinte años después, el mismo velador de la misma
cafetería, la misma tarde lluviosa, el reencuentro por fin de dos amas dormidas
en la candidez del desamor que surge de la distancia que nos obligó a
distanciarnos los dos para seguir caminos que no teníamos previstos.
Tus ojos están ligeramente húmedos por la impronta
liquida y salada que van dejando las lágrimas caídas, la emoción del recuerdo
acude a nuestra mente otras vez para relevarnos momentos que creíamos perdidos
y desaparecidos en la memoria del tiempo.
Me pregunto cuántos labios habrán besado los tuyos
después de tanto tiempo, quienes habrán palpado la altura baja de tus pechos y habrá
hecho siluetas dibujadas en tu cuerpo con el recorrido de unos dedos.
Me pregunto que habrás pensado cuando te arreglabas
frente al espejo. Habrás pensado quizás en cual de alguno de los rincones de tu
caras aun permanece el beso claro como un día que te di hace veinte años, un
rincón destinado a guardarlos que tiene prohibida la intromisión de otros
labios que su afecto quieran marcar imprimido en tu piel sabrosa, caudal de rubís
mezclados con diamantes.
Busco en el sabor del café alguna huella que me
recuerde el tibio sabor de tu boca, cuando nuestros besos se unían para
celebrar la fiesta particular que el amor organiza y arregla para los corazones
que se sienten diferentes al resto porque están enamorados, anclados al azul
intenso del mar.
Tenemos el miedo a estropear el momento, a cometer
la equivocación de estropear nuestro añorado pasado con palabras torpes y
amargas, que desconformen el amor solido que tallamos con el cincel del cariño
que nos procesábamos en antaño, otra época, otro momento de nuestras vidas, tan
distintos a los de ahora, donde había otras luces y otras sombras que al cabo
de hoy ya han desaparecido.
El mismo sitio pero ya mayores, con un montón de
recuerdos diferentes en nuestras mentes, vida que corrieron paralelas, que se
diversifica en dos senderos con señales de tráfico y ciclos diarios completamente distintas.
Juntos otra vez, quince años después y nuestros
paseos por el parque se hacen tan vivos que casi necesitan salir fuera de mi
cuerpo para transformarse en objetos consistentes, tanto que a aquella fuente de la que bebimos le
regalamos un nuevo lenguaje del sol.
Te marchas apresurada. Yo también me marcho. La
conversación queda anclada en el velador mientras el camarero se dedica a
retirar los vasos. Los dos vamos de vuelta para reencontrarnos con nuestra
soledad, nuestras rutinas, nuestros trabajos, nuestrasantiguas amistades.
Pero hablaste tanto de aquel pasado tan esplendoroso
que dejaste el café olvidado, como un símbolo de aquel dulce sueño que
protagonizamos los dos. Cogidos de la mano y con la mirada firmemente puesta en
el horizonte
Ahora somos caminantes perdidos en una ruta lejana y
olvidada, afligidos de una intensa soledad que las almas triste llaman desamor..
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