martes, 16 de abril de 2013




Veinte años despues
 Ignacio Perez Jimenez

Veinte años después, el mismo velador de la misma cafetería, la misma tarde lluviosa, el reencuentro por fin de dos amas dormidas en la candidez del desamor que surge de la distancia que nos obligó a distanciarnos los dos para seguir caminos que no teníamos previstos.
Tus ojos están ligeramente húmedos por la impronta liquida y salada que van dejando las lágrimas caídas, la emoción del recuerdo acude a nuestra mente otras vez para relevarnos momentos que creíamos perdidos y desaparecidos en la memoria del tiempo.
Me pregunto cuántos labios habrán besado los tuyos después de tanto tiempo, quienes habrán palpado la altura baja de tus pechos y habrá hecho siluetas dibujadas en tu cuerpo con el recorrido de unos dedos.
Me pregunto que habrás pensado cuando te arreglabas frente al espejo. Habrás pensado quizás en cual de alguno de los rincones de tu caras aun permanece el beso claro como un día que te di hace veinte años, un rincón destinado a guardarlos que tiene prohibida la intromisión de otros labios que su afecto quieran marcar imprimido en tu piel sabrosa, caudal de rubís mezclados con diamantes.
Busco en el sabor del café alguna huella que me recuerde el tibio sabor de tu boca, cuando nuestros besos se unían para celebrar la fiesta particular que el amor organiza y arregla para los corazones que se sienten diferentes al resto porque están enamorados, anclados al azul intenso del mar.
Tenemos el miedo a estropear el momento, a cometer la equivocación de estropear nuestro añorado pasado con palabras torpes y amargas, que desconformen el amor solido que tallamos con el cincel del cariño que nos procesábamos en antaño, otra época, otro momento de nuestras vidas, tan distintos a los de ahora, donde había otras luces y otras sombras que al cabo de hoy ya han desaparecido.
El mismo sitio pero ya mayores, con un montón de recuerdos diferentes en nuestras mentes, vida que corrieron paralelas, que se diversifica en dos senderos con señales de tráfico y ciclos diarios completamente distintas.
Juntos otra vez, quince años después y nuestros paseos por el parque se hacen tan vivos que casi necesitan salir fuera de mi cuerpo para transformarse en objetos consistentes, tanto  que a aquella fuente de la que bebimos le regalamos un nuevo lenguaje del sol.
Te marchas apresurada. Yo también me marcho. La conversación queda anclada en el velador mientras el camarero se dedica a retirar los vasos. Los dos vamos de vuelta para reencontrarnos con nuestra soledad, nuestras rutinas, nuestros trabajos, nuestrasantiguas amistades.
Pero hablaste tanto de aquel pasado tan esplendoroso que dejaste el café olvidado, como un símbolo de aquel dulce sueño que protagonizamos los dos. Cogidos de la mano y con la mirada firmemente puesta en el horizonte
Ahora somos caminantes perdidos en una ruta lejana y olvidada, afligidos de una intensa soledad que las almas triste llaman desamor..


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